
La profesora Sandra Catalán, académica de la Escuela de Pedagogía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (en la imagen), ha dedicado más de dos décadas a la educación diferencial, la psicología educacional y la investigación en trastornos específicos del aprendizaje. Su mirada profesional, humana y profundamente crítica, se ha convertido en una referencia para comprender los desafíos actuales del sistema educativo chileno en materia de inclusión y apoyo a estudiantes que requieren acompañamiento especializado.
Su vocación nació temprano, influenciada por su entorno familiar y experiencias personales que marcaron su camino formativo. “Entré a estudiar Educación Diferencial. Venía de una familia de profesores, y ver a mi hermana apoyarse en una psicopedagoga fue decisivo. Aprender a leer es algo mágico, y acompañar ese proceso me pareció impagable”, recordó. La necesidad de mayor comprensión emocional en el aprendizaje la llevó a estudiar también Psicología, lo que selló un enfoque interdisciplinario para su trayectoria académica.
La docente advierte que, pese a avances normativos, el país mantiene vacíos estructurales que dejan sin atención a miles de estudiantes con dificultades específicas de aprendizaje. “Chile no tiene una normativa que reglamente la atención a las dificultades específicas de aprendizaje. Para la política, muchas de estas necesidades son ‘transitorias’, cuando en realidad acompañan a la persona toda la vida”, enfatizó. Hoy, estima que al menos dos o tres estudiantes por curso presentan estas necesidades, muchas veces invisibles, y que no son atendidas por criterios diagnósticos o por la priorización de otras condiciones más evidentes en el aula.
El impacto de esta falta de reconocimiento sistemático se arrastra desde la educación básica hasta la educación superior. “Llegan a la universidad estudiantes con problemas de lectura, razonamiento matemático o funciones ejecutivas, y tampoco reciben apoyo. Entonces se preguntan qué les pasa recién a los 20 o 25 años”, señaló. Esta ausencia de instrumentos diagnósticos actuales es otro desafío crítico: “Trabajamos con pruebas de hace más de 20 o 30 años. No tenemos instrumentos culturalmente sensibles y actualizados, y eso limita todo el proceso educativo”, explicó.
Desde la innovación educativa, área donde desarrolló su doctorado, la académica impulsa proyectos que integran sensibilización, trabajo territorial y tecnologías asistivas. Su enfoque apunta a la autonomía como principio clave. “La inclusión no puede ser una órtesis que se use para siempre. Nuestro objetivo es que cada persona sea autónoma, autovalente, autodeterminada. Si no generamos esas competencias, estamos fallando”, advirtió.
La transformación, enfatiza, no puede recaer solo en los especialistas. Debe incluir a docentes de aula regular, familias y comunidades educativas completas. “Debemos dejar atrás la visión asistencialista de la educación especial. No somos un servicio, somos una forma de vida educativa. La inclusión requiere colaboración, profesores, familias, equipos directivos y estudiantes, todos trabajando juntos”, afirmó.
En ese sentido, la docente valora los pequeños cambios culturales que hoy comienzan a emerger. “Cuando un profesor de educación superior dice que la evaluación tiene que ser distinta, que debe ser más equitativa, eso ya habla de un cambio. No es masivo aún, pero algo está pasando”, comentó.
De cara al futuro, su mensaje es claro y directo: resiliencia y trabajo colaborativo. “Los cambios sociales no se ven de inmediato. Nuestro llamado es a generar redes, co-crear, trabajar con otros y para otros. No más compartimentos estancos. Estamos formando a los ciudadanos de los próximos 20 o 30 años, y la única manera de hacerlo bien es en colaboración”, concluyó.
Con una trayectoria que une investigación, docencia y compromiso social, Sandra Catalán continúa impulsando una reflexión urgente, que la inclusión no se mida solo por decretos o infraestructura, sino por la capacidad del sistema educativo de formar personas íntegras, autónomas y, como ella insiste, esencialmente felices.
Por Daniel Sánchez
Dirección de Formación Continua