Columna de opinión: “El ejemplo de Nelson Mandela para Chile”
Compartimos reflexiones del prof. Jorge Mendoza V. en torno a los desafíos de la contingencia y sociedad.
17.10.22
EL EJEMPLO DE NELSON MANDELA PARA CHILE
JORGE MENDOZA V.
Con las similitudes, y las diferencias, entre la historia de Sudáfrica y la de nuestro país, creo que la figura de Nelson Mandela puede señalarnos algunos rumbos éticos para superar la división social que nos afecta, particularmente en los momentos en que tenemos que decidir el tipo de estructura política que queremos para nosotros y para nuestra descendencia.
Evidentemente no se trata de buscar, en nuestro país, un personaje de la estatura moral y política de Nelson Mandela. Lo que nos puede quedar es explorar su pensamiento, sus postulados éticos y sus acciones para superar una división social que, en el caso de Sudáfrica, era tan dolorosa, profunda y de larga data como que la que debemos encarar en nuestra patria. Se trata, más bien, de cambiar nuestras actitudes y nuestras culturas para encontrar un punto de encuentro en que la diversidad, inevitable y necesaria para el vivir en sociedad, sea aceptada y deseada como una contribución a la amistad cívica de la que nos habla el Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti.
En su extensa autobiografía -de más de 650 páginas- Nelson Mandela recorre su vida y, al mismo tiempo, hace profundas reflexiones sobre sus acciones y sobre las circunstancias históricas que le tocó vivir. El título mismo es sugerente de lo que le tocó enfrentar: “El largo camino hacia la libertad”. No niega sus acciones, incluso que participó en actos de sabotaje, pero también muestra su coherencia y la disposición a pagar el costo por mantenerse dentro de sus valores y convicciones. Su coherencia y consistencia a lo largo de su vida le permitieron aceptar las consecuencias de sus principios y estar diecisiete años encarcelado, sin que ello significara cultivar odio ni resentimiento al momento de anteponer los intereses de toda la sociedad en la que le tocó vivir. Me resulta claro que nuestro país también ha tenido que padecer condiciones similares, no iguales, a las que se vivían en la Sudáfrica de Mandela y que se expresan en lo que varios, entre los que me incluyo, han denominado los diversos Chile que convivimos en un mismo espacio geográfico y social. También hemos tenido, y seguimos teniendo, vastos sectores sociales excluidos de los beneficios del progreso económico de nuestro país. No es tanto la pertenencia racial, aunque sí hay bastante de ella, la que nos divide sino una cuestión más bien de clases con o sin acceso a los bienes generados.
Con todo lo anterior quiero comentar, como lo que puede ser considerado un aporte de Nelson Mandela a nuestra situación dos sentencias suyas. La primera es una invitación al encuentro con el que consideramos nuestro enemigo: “ambos bandos había descubierto que su enemigo no tenía cuernos ni rabo”. Sí, también nosotros como sociedad hemos ido demonizando a quienes situamos en el bando contrario. Poco a poco nos hemos ido atrincherando y tomando distancia del otro; hemos adquirido una identidad en base a la oposición con el que sentimos como una amenaza. De ahí que muchos proclamen como parte de su identidad el ser “anti” que, al final, sólo termina sosteniéndose mientras exista ese enemigo al que queremos ver desaparecer del horizonte social.
Una vez dado este primer paso de acercamiento que nos va a mostrar que el otro es tan ser humano como nosotros mismos, con una cotidianeidad que solemos compartir en buena medida, el tema es que “para firmar la paz con un enemigo es necesario trabajar con él. A partir de ese momento, el enemigo de ayer se convierte en compañero”. Se trata de dar ese paso que requiere valor y asumir los costos que se nos pueden imponer por quienes no quieren dejar la lógica de las trincheras. No se trata, sin embargo, de una actitud voluntarista, angelical y sin arraigo en la historia detrás de la realidad social. En la encíclica Reconciliación y Penitencia Juan Pablo II nos dice que la reconciliación tiene que ser tan profunda como las heridas que nos separaron. No hay reconciliación ni tampoco hay reencuentro posible sin reconocer las heridas y nuestras propias responsabilidades en ellas. Este es un punto que ha estado pendiente en nuestro proceso de transición, más allá de iniciativas puntuales como las Comisiones Rettig y Valech. En el tiempo se han ido creando nuevas heridas y nuevos distanciamientos y no hemos tenido la voluntad ni el valor de iniciar el camino de la reconciliación.
Volviendo a Nelson Mandela no puede omitirse mencionar a Frederik De Klerk, Presidente de Sudáfrica que, junto a Mandela, dio los pasos necesarios primero para su excarcelación y luego para el desmantelamiento del régimen de apartheid. La relación entre ambos, representando intereses muy contrapuestos, les hizo merecedores del Premio Nobel de la Paz en 1993. Ambos tuvieron detractores desde los sectores sociales y políticos que representaban y asumieron esa carga para lograr lo que era superior a ambas partes. El logro de la paz social no es, por lo tanto, una cuestión de voluntarismo pero sí de la voluntad de las partes para iniciar el camino que nos acerque y extender la mano para estrechar la del que estimamos como adversario o enemigo.
Un último pensamiento de Nelson Mandela me resulta muy significativo dice “El odio se aprende, y si es posible aprender a odiar, es posible aprender a amar, ya que el amor surge con mayor naturalidad en el corazón del hombre que el odio”. Es la propuesta de un camino arduo pero que no podemos negarnos a emprender si verdaderamente queremos un país reconciliado y en paz.
Valparaíso, octubre de 2022.