Postgrado del Instituto de Historia PUCV inauguró Año Académico 2022
La conferencia inaugural se tituló “Mujeres mártires y mujeres ángeles. Justificación emocional de la violencia de género por la élite chilena a inicios del siglo XX” dictada por la Dra. Verónica Undurraga Schüler (PUC).
29.04.2022
La noche del 1 de julio del año 1905, Teresa Zañartu Vicuña asistía junto a su familia a una ópera en el Teatro Municipal de Santiago. Cuando se disponía a abandonar el lugar, Eduardo Undurraga García Huidobro, su ex marido, le dio muerte de un disparo en la cabeza y, acto seguido, intentó suicidarse. Dicho crimen se convirtió inmediatamente en un escándalo que traspasó la esfera del ámbito privado para instalarse con fuerza en el espacio público.
Esto se debe a que el asesinato fue la culminación de un proceso que se inició años antes, tiempo durante el cual Undurraga ejerció violencia conyugal contra su mujer. Los maltratos, junto a otros acontecimientos relacionados con la conducta del marido culminaron en el divorcio de ambos en 1902.
Precisamente, sobre el análisis de este crimen dictó la conferencia inaugural del Postgrado en Historia PUCV, la Dra. Verónica Undurraga (PUC). Su ponencia se tituló “Mujeres mártires y mujeres ángeles. Justificación emocional de la violencia de género por la élite chilena a inicios del siglo XX”.
Este citado caso fue abordado por la académica desde la historia de las emociones y la historia de género. “Si bien la violencia en los hombres de elite hacia sus esposas no era una práctica excepcional ésta se escondía al interior de los hogares y pocas veces trascendía el círculo íntimo”, explicó la profesora. Los medios de comunicación de la época presentaron el caso como algo sin precedentes, pero la violencia dentro de los hogares era algo recurrente.
El caso Zañartu-Undurraga puede considerarse uno de los procesos judiciales célebres que cada cierto tiempo se conocían en las urbes decimonónicas. Según Lila Caimari, historiadora argentina, éstos tendían a ser homicidios que involucraban a sujetos prominentes cuya repercusión periodística se extendía durante días o semanas y que se prestaban para discutir temas tales como la decadencia de las clases altas. El crimen Zañartu-Undurraga puso en tela de juicio la moral de la élite, que sostenía el edificio del poder político y económico, en el complejo contexto de la cuestión social.
“Esta cuestión social denunciaba la situación de miseria en la que vivían gran parte de la población del país mientras, que este grupo, la elite o burguesía, disfrutaba de su belle époque”, comentó la investigadora.
La académica no se limitó a describir el impacto generado por un asesinato que involucró a dos de las familias con mayor poder de inicios del siglo XX, más bien, a partir de este caso en particular pretendió relevar los aportes de la historia de las emociones como herramienta de comprensión histórica y como instrumento analítico vinculado y complementario a la historia social y cultural. Para alcanzar estos objetivos dialogó con la historia de género, toda vez que las emociones se han prestado, y se continúan prestando para construir y reproducir las identidades y los roles de género. Con estos propósitos introdujo algunos debates de las historias de las emociones para luego usar su lente interpretativo para analizar las representaciones y prácticas de la élite de comienzos del siglo XX. A lo largo de este ejercicio observó dos fenómenos relevantes: el primero, es que las emociones actúan como elementos culturales aglutinantes, vinculantes, entre individuos y grupos; el segundo, es el carácter político de las emociones, su relación con las lógicas de poder en los contextos históricos.
Se puede plantear que, de alguna forma, el divorcio era visto por la élite como un potencial escándalo al interior del círculo familiar, en tanto implicaba una deshonra para los involucrados, así como el quiebre de una de las principales bases de la sociedad, a saber, la familia.
Es interesante notar aquí como, al referirse a la figura de Teresa Zañartu como una “esposa mártir”, se construye de forma antagónica la figura de Undurraga como un criminal – y posteriormente un loco – que fue incapaz de cumplir con sus deberes de marido. De esta forma, al igual que en los casos de interdicción estudiados por diversos autores, la desviación del hombre casado era representada particularmente en relación a su esposa.
Cuando Luis Orrego Luco publicó su novela naturalista “Casa Grande”, en 1908, se produjo un escándalo: la sociedad capitalina vinculó la trama del libro -un matrimonio de alta alcurnia que acaba con el femicidio de la esposa- con este crimen que había ocurrido tres años antes en el Teatro Municipal.
Conclusiones de la Investigación
“La necesidad de componer la imagen social de la élite cuestionada por la transgresión de uno de sus miembros y fracturada a raíz de las alianzas en torno a los dos linajes en disputa reforzó la importancia de hallar un referente común desde el cuál reconstruirse, la documentación evidencia que este ejercicio se asumió como un desafío colectivo por este grupo en cuanto comunidad emocional, lo que se expresó en la prensa y en los procesos judiciales a través de voces femeninas y masculinas. La transversalidad de género en un discurso que exacerbaba el modelo de aceptación, pasividad y silencio ante el ejercicio cruel de la violencia, pese a la penalización de la sevicia por la normativa civil y eclesiástica resulta especialmente interesante y nos habla de una notable estrategia para actuar como grupo en defensa de la imagen propia”, indicó la profesora. La profesora agregó que “lo que estaba penalizado era la sevicia, es decir el castigo corporal realizado con crueldad y que ponía en riesgo la vida de la víctima, pero existía aceptación social a la corrección femenina. Vale decir, ante la transgresión femenina, el esposo tenía la facultad de corregirla y lo que fue penalizado era que esta corrección se hiciera con crueldad y pusiera en riesgo la vida de la víctima”. Una de las consecuencias del uso de este recurso fue el reforzamiento del orden patriarcal, lo que permitió observar el parricidio no solo como derivación de éste sino como práctica que propendió a su reforzamiento. Así, la mujer víctima que aceptaba el maltrato en silencio recibía una gratificación social: era una buena madre, buena esposa, buena hija, pero a la vez conseguía su salvación espiritual. Al igual que los primeros mártires de la Iglesia, ella tenía asegurado el cielo, ya que había sufrido el martirio en vida. “Resulta evidente que no todos los matrimonios encubrieron situaciones de violencia, pero estudié este crimen para analizar el papel de las emociones en los procesos de construcción de las emociones colectivas, en este caso, de la elite”, concluyó Verónica Undurraga.
Esta actividad contó con la presencia del Dr. Ricardo Iglesias, académico del Instituto de Historia PUCV; el Dr. Claudio Llanos, director del Magíster en Historia PUCV; el Dr. Raúl Buono-Core, director del Doctorado en Historia PUCV; académicos/as y estudiantes del postgrado.
Natalia Cabrera Vásquez
Facultad de Filosofía y Educación