Ester Soré “vistió la tonada popular de seda y terciopelo, de
traje largo y flores en el pelo”. Doña Blanca Tejeda de Ruiz, con
voz cuidada y académica, la interpretó con acompañamiento de piano
en elegante salón y doña María Concepción Toledo la aprendió en
plena trilla.
Son algunos de los testimonios que rescata Margot Loyola en su
libro “La Tonada, Testimonio para el Futuro”
Por Carmen Mera O.
“Fui acumulando dentro de mi tantas y tantas tonadas que hoy
podría llenar una carreta”. Es la afirmación que hace Margot Loyola
como punto de partida para escribir su libro “La Tonada, Testimonio
para el Futuro”, que recientemente vio la luz editorial, y que
constituye otro aporte al patrimonio folclórico, con cd incluido, de
esta recopiladora, investigadora y cantante.
Mejor dicho “cantora”, como lo especifica en el prólogo el
profesor Carlos Miró Cortez. “Cantora, con una formación docta y
popular -reafirma-, una síntesis que armoniza de manera perfecta”.
“Esta es una memoria, porque está cimentada en vivencias
adquiridas desde las cantoras hacia mí -asegura la artista y de mi
hacia ellas. Estas letras y melodías, pasadas por mi propio cuerpo y
el corazón, me han ido cambiando, acercándome al meollo del fenómeno
musical y social de la tonada, hasta desembocar en un análisis
esquemático”.
Con el apoyo del Fondo Fomento Nacional del Libro y la Lectura y
la Universidad Católica de Valparaíso, que le ha concedido el grado
de Doctora Honoris Causa, la publicación reúne historias de vida,
letras y partituras, análisis y caracterización de la tonada.
Todo, enriquecido por tres discos compactos con grabaciones en
terreno realizadas por la también docente en sus entrevistas de
investigación; las voces precursoras que llevaron la tonada chilena
a la ciudad y la interpretación de temas inéditos, hasta ahora
guardados sólo en la memoria de la Premio Nacional de Arte, Mención
Música.
Este material, que data de 1940, recoge las historias personales
de las entrevistadas, la selección de las distintas interpretaciones
que pudieran reflejar los estilos y matices que adopta la tonada; la
transcripción de las letras y la esquematización de las partituras.
Según han indicado expertos, entre ellos el profesor Carlos Miró,
la obra constituye el “estudio más completo y riguroso que se haya
realizado en el país”, una expresión popular de alcance nacional y
el género musical más importante en nuestro país, fundamentalmente
femenino.
De la trilla al terciopelo
“Artesana y amasandera, meica, santiguadora y rezadora, buena
bailarina de cueca, guitarrera y proverbial cantadora de tonadas,
ella representa para mi el prototipo de la mujer de estirpe
campesina”. Es la forma de describir que tiene Margot, por ejemplo,
para doña María Concepción Toledo, oriunda de Rari, una mujer
“siempre amarrada al canto” y que, como cantora, tuvo su mejor
escuela en la trilla.
Este y otros testimonios de otras doñas como Francisca González y
Juana Chávez y de don Macario Muena, están contenidos en el capítulo
“Memorias de vida”, en tanto que personajes como Esther Soré asoman
en la sección “Precursores del Cantar Criollo” y a quien
responsabiliza de haber “vestido la tonada popular de seda y
terciopelo, de traje largo y flores en el pelo”.
Agrega Margot que Ester Soré, Marta Yupanqui ante el Registro
Civil y “la Negra Linda” para su público, “dejó una propuesta
innovadora, un camino por donde más tarde transitarían artistas de
la talla de Margarita Alarcón, Silvia Infantas, Carmencita Ruiz y
Aída Salas”.
El sereno de mi calle/ tiene una voz tan bonita/ que cuando grita
¡las ocho!/ el corazón me palpita/. Son versos de la tonada “El
sereno se mi calle”, que una porteña del Cerro Florida de Valparaíso
le entregara a Margot Loyola, y que a menudo interpretaba Gabriela
Pizarro. Es parte de un pequeño homenaje que la autora rinde a esta
amiga y discípula ausente.
A la hora de los recados, no duda: “Te necesitamos para unir
fuerzas, Gabriela. Este mundo está al revés, como decía mi comadre
Violeta. ¡Si la ves, dile que nos están ignorando, que la música de
los silencios ya no se oye, que los ojos ya no ven, que el avance
tecnológico está secando manantiales y quitándonos en al aire, dile
que el hombre se alejó de Dios!”
“En un país acostumbrado al sonido brillante y vibrante del
estilo criollista, ella sonaba extraña”, dice en alusión a otra
amistad que partió: Violeta Parra. “Con su voz de contralto y timbre
algo oscuro, nos llevaba de golpe al dolor de la tierra. En ella no
había alegoría ni paisajes bucólicos, sino una mezcla de desgarro y
esperanza”.
Cantante y no cantora
Margot afirma que habitualmente las cantoras provenían del campo
y que su formación generalmente la constituía el aporte de otra
mujer de la familia que le entregaba repertorio.
No es el caso de doña Blanca Tejeda de Ruiz, soprano que habitaba
en una señorial casa de Avenida Matta en Santiago. “Ella venía de
otro estrato -detalla Margot- y eso se podía apreciar a simple
vista, ya fuese en la sobriedad de su vestuario, la elegancia de sus
abalorios o la expresión augusta de su semblante”. Así, con voz
cuidada y académica, interpretó la tonada con acompañamiento de
piano y la llevó al elegante salón, casi con voz operática, pero no
por ello, menos chilena.